jueves, 3 de julio de 2014

La actitud hace a la vestida.


Es cuestión de lógica: estás en una ciudad con millones de habitantes que representan millones de posibilidades y contradicciones. Si un hombre va vestido de mujer por estas calles, se trata sólo de una de tantas variantes que abarca el travestismo en Guadalajara: los hay desde los que se esconden para probarse las prendas de sus esposas, hasta los que ostentan cuerpazos operados que cualquier pornstar envidiaría (a excepción, tal vez de una parte, aunque Freud diga lo contrario). Algo tiene el lado femenino en ciertos hombres que cuando lo experimentan los atrapa y no los suelta, como la heroína se adueña del cuerpo yonqui en un viaje sin retorno. Y en cualquier caso, no son pocos los aficionados a esta actividad. Por lo pronto, hay alguien que ya atiende ese incalculable mercado que es el de los travestis de clóset.
Karla es un alma femenina que se manifiesta en este plano existencial tres o cuatro veces al mes. Ella maneja la agencia Travéstyle, un servicio que incluye transformación, tips básicos de travestismo, bebidas y sesión de fotos, todo en la más absoluta discreción. El resto del tiempo, su cuerpo lo ocupa un hombre casado, que ronda los treinta años de edad y del que supuestamente nadie sospecha que a veces se convierte en mujer.

“No me interesa ser gay ni transgénero, más bien es como un escape para mí. Me empiezo a maquillar y me olvido de mis presiones de vida de hombre. Me gusta verme en el espejo transformado, es una felicidad para mí, y una vez terminada la sesión aviento todo y no quiero saber de eso hasta semanas después”, comenta Karla, que viene en su faceta masculina a tomarse un frapuccino en un café de Chapultepec, y sí: es muy fácil imaginarlo vestido de mujer. Le acompaña Alejandra, maquillista profesional y mujer de nacimiento que se encarga transformar a los clientes.
En Travéstyle atienden a vestidas de clóset de 25 a 45 años de edad, entre los que se cuentan toda clase de profesionistas y políticos. Es como un "Enchúlame la máquina" donde el reto está en sacar a la mujer que cualquier cabrón peludo y tosco lleva dentro. La mecánica es sencilla: se lleva al cliente a una de las dos sucursales (en Bugambilias o en la colonia Americana) y desde que cruza la puerta se le trata como a una mujer si así lo prefiere. La sesión inicia con una plática orientada a que el cliente defina sus objetivos, se le dan tips de maquillaje, los colores que le quedan, se le enseña a caminar con tacones y a expresar su feminidad a través de la actitud. Karla dice: “Yo te podría transformar a ti ahorita, pero si tienes actitud de hombre no te vas a ver bien, es más, sin transformarte completamente, con el sólo hecho de que expongas tu actitud femenina logras la verdadera transformación”.

El servicio incluye toda una variedad de pelucas y un extenso guardarropa para obtener un look que puede ir desde chava hipster hasta teibolera. Terminada la transformación, la vestida puede pasar a una sesión de fotos y tomarse algunas copas, pero no demasiadas, que la borrachera no distingue fetiches. “Una vez casi tuvimos que llamar a alguien de seguridad, un cliente se puso pedo y se empezó a creer la reina de quién sabe qué, nos gritaba ¡déjenme sola!”. Karla cuenta que en otra ocasión, llegó a Travéstyle un tipo malencarado que bien pudo haber sido un sicario de los que cobran vidas cuando no andan joteando: resultó ser uno de los travestis más tiernos, se llamaba Liliana y ni siquiera hubo necesidad de enseñarle a andar en tacones, ya conocía todos lo necesario.
Lo que no le gusta a Karla es que su agencia funcione como una incubadora de travestis, pero calcula que el diez por ciento de sus clientes inicia su camino hacia el transgénero a partir de la primer sesión. Depende de cada quién, pero al final Travéstyle puede terminar siendo una pequeña academia de donde se gradúan las vestidas para explayar su feminidad en lugares como el bar Caudillos o Plaza del Sol. Esta plaza es conocida por la calidad de los travestis que de lunes a domingo se prostituyen por las calles aledañas. Entre más se ven como mujeres, más cobran por coger y más rechazan a la gente con cámara. Sin embargo, afuera de un Oxxo es posible toparse a uno de los personajes más divertidos de toda la zona.

Montserrat puede no ser material para un concurso de belleza gay, pero platicar con ella da la sensación de estar pasando el rato con la Tesorito. Veterana de la jotería, esta mujer se asume como tal desde hace 15 años, cuando el cambio de identidad era considerado una falta administrativa por las buenas conciencias de Guadalajara. “Aquí antes era de que estábamos escondidas, los policías hacían sus operativos y en cuanto nos bajábamos del taxi nos esposaban, pero con todo y esposas y zapatillas ¡chinguen a su madre! nos bajábamos de la patrulla”, relata, y acto seguido se sorprende cuando mi compañera le apunta con la lente de la cámara: “¡Qué camarón, mana! ¿no te trajistes otra más chiquita?”.
Para aguantar toda la noche en zapatillas persiguiendo hombres, Montse revela su truco: usar tacones sin tapas y ya pelados. Eso le permite correr si es necesario, porque nunca se sabe cuando viene un tipo a joder en el sentido no sexual de la palabra. “Me ha pasado que en lo que te asomas al carro te jalan de las greñas y te arrastran. Una vez me llegaron a arrastrar hasta el hotel Loma Bonita, pero me levanté, y como al tipo se le paró el carro todavía le digo 'mira, ¿qué me hiciste?' ahora va la mía, y que le aviento los zapatos en la cara”.
En esa esquina se juntan hasta 14 travestis en fin de semana. Montse dice que hay días de mucha actividad y otros de no tanta, pero para nada es perder el tiempo: “te diviertes, mínimo se viene todo el joterío y pues ya joteas”. Por 500 pesos puedes coger con ella, pero la tarifa aumenta si quieres que se aguante el asco y lo haga también con una amiga tuya. “Muchas veces quieren que te estés tocando y masajeando a la tipa, ¡uy qué horror! mis respetos para la tortilla la verdad, ya me viera yo repegándole ahí la chingadera, ¡ay no, cómo crees! ¡si las dos tenemos estropajo! bueno, es que el mío es más moderno, es con agarradera”, se ríe.

Un cliente que visita la zona seguido, aplica una treta que a Montse le saca de sus casillas. Va por ella en una camioneta, y al llegar al hotel confiesa que no está solo: su esposa, que los viene siguiendo en otro vehículo, también tiene ganas de echar pata. “¿Te viene cuidando? ¿te dio permiso o qué?”, pregunta el travesti antes de concertar una paga más elevada por el servicio doble. “Ya me viera yo ahí embarrándome los bigotes de leche, ¡ay no, imagínate mana!”, dice con una voz más aguda para expresar el horror que le causa la idea. “Si de veras no sé cómo le hacen las lesbianas pa' saciarse. Sí mana, pos uno como sea, entre hombres como sea le haces así [señal de puñeta al aire] ¿pero entre mujeres? ay no, bien desesperada yo queriendo sacar a huevo esa madre”.
A Montse todo el tiempo se le cae la blusa y tiene que acomodarse el bra. “Las mujeres tenemos pechos y senos”, explica, “ya las vacas tienen chichis y todo lo demás”. De repente, me pide que la retrate con mi compañera, la abraza y, conocedora que la actitud hace al travesti, le indica cómo salir en la foto: “como que somos de mucho puteamiento”. Una camioneta Tornado plateada ronda el lugar, ya es la segunda vez que da la vuelta y entendemos que es hora de dejar a Montse para que haga su trabajo, esperando que esta vez no la desgreñen ni le pidan tener sexo con el sexo no tan opuesto.
“Ahí viene mi esposo, te dije que hoy iba a corretear hombres”, y así se desvanece en la penumbra uno de tantos paradójicos ejemplares de feminidad que, sean de clóset o no, las calles de esta ciudad los ofrecen en todos los tamaños, colores y sabores que puede apetecer un trasnochado amante de la simulación.

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