Vestirse con las ropas características del sexo opuesto puede tener como pretexto cosas tan dispares o heterogéneas como la Ópera, el Cine, la Guerra, el Teatro o la Diplomacia.
La historia nos ofrece testimonios de mujeres como Juana de Arco o la Monja Alférez, que encontraban más adecuado para sus fines vestirse como los hombres de su época. La Literatura nos ofrece un singular ejemplo en la figura de Aurora Dupin –George Sand–que, adoptando indumentaria masculina, escandalizó a la sociedad de su época y muy particularmente a nuestros campesinos de Mallorca, durante su estancia, junto a Federico Chopin, en el invierno de 1842, en la Cartuja de Valldemosa.
En la Ópera nada menos que Mozart y Strauss utilizaron el cambio de vestimenta en algunas de sus obras—Las bodas de Fígaro y El caballero de la Rosa–,algo que en la historia del Teatro cobra una especial dimensión, si recordamos que hasta el siglo XVIII, por expresa prohibición, las mujeres no podían acceder a los escenarios y los hombres tenían, pues, que protagonizar los papeles femeninos.
También el Cine ha recurrido al intercambio de indumentaria con tanta frecuencia que la relación de films sería interminable: La tía de Carlos, Tootsie, Víctor o Victoria, etc.
Y, por último, un asunto tan serio como es la Diplomacia también ha utilizado el “trueque”. Un excepcional testimonio nos lo ofrece la biografía del aristócrata y escritor francés Timoteo deBeaumont (1728-1820) que ejerció su accidentada carrera diplomática y de espionaje al servicio deLuis XV.
Adscrito a la Embajada francesa en la corte rusa, se presentó a la zarina Isabel vestido de mujer, consiguiendo no sólo engañarla sino que la nombrara su “lectora” de francés.
Estos especiales travestidos poco tienen que ver con los personajes que inunda los programas de la llamada “televisión basura” que buscan en el travestismo una forma de hacer un humor tan fácil como esperpéntico.
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