El deseo de algunos hombres de
vestir las bonitas y delicadas prendas de las mujeres no es un problema
exclusivo de nuestra cultura ni de nuestra época. Es un fenómeno que se
ha presentado desde la antigüedad hasta el presente y ha tenido adeptos
en todas las culturas y formas de vida. En numerosas sociedades
primitivas, el varón que decide abandonar su papel masculino para vivir
su vida de una manera femenina es considerado muy favorablemente como
persona sabia y de extraordinarios poderes. En Japón, los célebres
actores del teatro Kabuki que se especializan en la representación de
los personajes femeninos, son entrenados desde su más tierna infancia y,
con frecuencia, viven como mujeres para conservar la “sensibilidad” que
exige su actuación. Y los japoneses lo consideran perfectamente normal.
En cambio, en nuestras culturas
occidentales, la sociedad adopta los siguientes postulados falsamente
lógicos: 1) Todos los homosexuales son afeminados (en realidad sólo
algunos lo son); 2) La homosexualidad es inmoral y mala, por lo tanto,
3) CUALQUIER macho que se incline por objetos femeninos es probablemente
homosexual, inmoral y malo. Puesto que
tanto las premisas básicas, como la conclusión son falsas, se ha hecho
mucho daño a mucha gente como consecuencia de esta clase de
razonamientos.
En la actualidad se consideran
por lo menos cinco diferentes maneras por las que los travestirse
diferencias de los homosexuales: 1) El travestismo es la expresión de
una personalidad estrictamente individual, mientras que la actividad
homosexual requiere de dos personas. Por lo tanto, los homosexuales
tienen que revelar sus inclinaciones, mientras que los travestis no, de
modo que pueden mantener secretas sus actividades.
2) En la práctica, ningún travesti aconsejará, inducirá o influirá para que otra persona adopte
el travestismo. Conoce el oneroso precio a pagar y lo ha padecido lo
suficiente como para deseárselo a otra persona. En cambio, la mayor
parte de los homosexuales no
duda en indoctrinar e iniciar a otras personas en sus prácticas.
3) La persona homosexual todo
el tiempo es como es, de día y de noche, su personalidad se mantiene
constante. Un travesti, en cambio, alterna sus personalidades: como
varón, es masculino y se comporta como tal; pero su otra personalidad es
femenina y, como tal, en gran media olvida su vida como hombre. 4)
Muchos homosexuales, aunque de ninguna manera la totalidad, adquieren
modales de alguna forma afeminados (incluso durante sus actividades de
tipo masculino); ésto les resulta necesario puesto que ellos, en efecto,
están asumiendo por completo el papel femenino. En cambio, el travesti,
nunca muestra un comportamiento femenino durante sus actividades como
varón. No lo necesita ni lo intenta. El travesti, de hecho, vive dos
personalidades.
5) Hay que considerar también el aspecto motivacional. El travesti adopta un
atuendo femenino como expresión
de su personalidad interna; mientras que el homosexual de los llamados
“locas” lo hace para provocar un efecto externo, o sea, para atraer a
otros machos con propósitos sexuales y para reducir la culpabilidad de
ambos.
Estos cinco factores de
diferencia son mucho más importantes para distinguir estas dos formas de
comportamiento que la similaridad única que pueda haber entre ellas, es
decir, que algunos (de ninguna manera todos) homosexuales también se
inclinan por la adopción del vestido femenino.
Nunca insistiremos demasiado en la importancia de distinguir claramente al homosexual el
travesti, quien es un varón heterosexual cuyo objeto afectivo es la
mujer. Si bien esta es una distinción básica, no siempre resulta
perceptible para un observador externo. Sin embargo, las estadísticas
demuestran, en el Informe Kinsey, una proporción de incidencia de
conductas homosexuales relativamente menor entre los travestis que la
que se manifiesta con respecto a la población general. ¿Cuáles son las
causas de esta necesidad? Se sugieren varios posibilidades. Los motivos
que con mayor frecuencia aparecen en la literatura médica incluyen los
siguientes:
a) por la conducta de los padres que, habiendo deseado tener una niña, crían como tal a su hijo varón.
b) por ataviar a un chico con
vestidos femeninos y bucles hasta una edad avanzada; c) por obligar a un
muchacho a vestir ropa de niña como castigo
d) por ausencia de una figura paterna adecuada a la cual emular, o, por último,
e) porque un padre, cuya
excesiva exigencia de manifestaciones de masculinidad por parte de un
hijo con tendencias intelectuales, sensitivas o artísticas, empuje a
éste a buscar refugio en una feminidad que lo hace sentirse más seguro.
Sin embargo, puesto que, por
una parte, no todos los chicos que han vivido esas experiencias se
vuelven transgenéricos ni, por otra, todos los travestis las incluyen en
sus biografías, podemos inferir que hay otras y más profundas
razones para el travestismo. Plantearemos brevemente algunos de estos
factores diferentes.
A) La necesidad de adquirir las
cualidades y experiencias de lo bello: el hombre moderno idealiza a las
mujeres y las hace depositarias de todo aquello que es bueno, verdadero
y deseable. Las chicas, como dicen las canciones infantiles, están
hechas de miel, de especias y de todo lo que es agradable. Algunos
varones sienten el deseo de tener una idea semejante de ellos mismos y
que los demás los consideren de la misma manera que ellos consideran a
las mujeres. Estas “ventajas” y “cualidades” no pueden ser expresadas
vestidos con un atuendo masculino porque estarían fuera de lugar; pero,
en cambio, con ropas femeninas resultan perfectamente naturales.
Vestidos de mujer, son capaces de experimentar lo bello y de gozar de
las satisfacciones que proporciona y, así, identificarse con el objeto
de su amor: la mujer.
B) La necesidad de acicalarse y
de expresar su personalidad: En la mayor parte de las especies, el
macho es más bello que la hembra. Así sucedía también con el ser humano
en la antigüedad; pero nuestra cultura contemporánea coarta severamente
la expresión de este natural deseo por parte de los hombres. La ropa
masculina suele ser oscura, pesada, tosca e insulsa. Es casi un
uniforme, ya que hay poco margen de variación para diferenciarse de la
muchedumbre por medio del color, el corte o el estilo. Así pues, algunos
varones descubren que pueden satisfacer sus deseos naturales al
ingresar en el universo femenino del color, las telas, el estampado y el
diseño.
C) Relajamiento de las
exigencias de la masculinidad: No todos los hombres están psicológica o
espiritualmente capacitados o interesados en comportarse con la
agresividad, prepotencia o poderío, ni a exhibir otras características
semejantes o bien a manifestarlas a los niveles que la sociedad
considera adecuados para el ideal masculino. Socialmente se espera que
un varón haga determinadas cosas y sea de determinado modo, pero muchos
hombres no quieren hacer eso ni ser así. Muchos aspectos de la
personalidad masculina están forjados por la necesidad de tener éxito,
de conseguir un ascenso, de cerrar un negocio, de impresionar a sus
superiores, etc. Pero muchos no consiguen relajarse realmente y ser como
verdaderamente quieren ser en su interior. La eventual sustitución de
lo masculino por lo femenino proporciona la travesti un descanso de
tales exigencias puesto que el papel de la mujer es idealmente pasivo,
condescendiente, complaciente. No hay relajación comparable a la de
transformarse en otra persona, particularmente si es del género opuesto.
El golf, el boliche, la cacería, el bridge, etc., todas aquellas
actividades que los caballeros emprenden con el propósito de relajarse,
son incomparablemente inferiores al total abandono del propio ser
cotidiano para convertirse en otro sumamente distinto. Esto no significa
que el ser íntegro y completo del travesti sea totalmente femenino,
sino más bien que es incapaz de manifestar la totalidad de su ser
verdadero portando ropas masculinas debido a las exigencias y
limitaciones que la sociedad impone al hombre y que, en cambio, el
atavío femenino le proporciona un medio de expresión de esos aspectos
reprimidos de su personalidad.
D) Alivio de las expectativas
sociales: Cada uno evoluciona hasta convertirse en un cierto tipo de
persona que manifiesta determinadas características. Son los demás
quienes orientan nuestra formación en tales términos. Es por ello que
siempre nos sentimos obligados a “estar a la altura” de la imagen
desarrollada por nosotros mismos de nosotros mismos. Es igualmente
cierto que, de vez en cuando, esté fenómeno se debilita y entonces
desearíamos “ser” otra persona, con una diferente configuración de sus
expectativas. La mayor parte de la gente es incapaz de alejarse de sí
misma; el transgenérico es capaz de hacerlo por la vía de su ser
femenino.
Estos cuatro factores
están presentes en algún grado en todos los hombres, aunque su presencia
no pueda ser demostrada. Por lo general, quienes descubren estos
factores lo hacen durante su adolescencia; pero, a veces, no es sino
hasta la madurez, con motivo de alguna situación carnavalesca, de una
parodia de boda o de alguna otra circunstancia festiva semejante, cuando
se encuentra el pretexto para acicalarse con galas femeninas. En tales
casos, si la persona es de naturaleza sensitiva y sus tendencias se
encuentra próximas de la superficie de su personalidad, percibirá por
primera vez su naturaleza y comprobará las satisfacciones que puede
esperar de tal conducta. A partir de entonces,
deseará repetir la experiencia y volver a disfrutar de la satisfacción que le proporciona:
se convertirá en travesti,
aunque tenga que mantener secreta su tendencia debido a que también le
provoca sentimientos de culpabilidad y de miedo. ¿Qué nos dice la
medicina acerca de este fenómeno? Probablemente basten tres citas para
ilustrar sus criterios actuales al respecto.
El Dr. Alfred Eyres (en Dis. Nerv. Syst., No.21, p.50, de Enero de 1960) declara: “Una
terapia efectiva, ya de por sí
ardua y difícil para tratar cualquier desorden de la personalidad, en
este caso [del travestismo] resulta prácticamente imposible. Lo
indicado, sin duda, es un enfoque terapéutico que alivie los síntomas,
las tensiones y las incomodidades, que estimule una mejor adaptación”.
Resulta evidente que la comprensión es la base sobre la cual se puede
sustentar la adaptación; comprensión tanto por parte del propio
travesti, como por la de aquellos que lo rodean. Los Dres. Bowman y
Engle (Amer. Jour. Psych., No.113, p.581, 1957) afirman: “Es
generalmente aceptado que toda clase de psicoterapias son ineficaces
[para tratar el travestismo]. Por lo tanto, hasta el momento no se ha
reportado ningún caso de tratamiento exitoso.”
Los Dres. Walker y
Fletcher, en el libro “Sex and Society” (Pelikan Books) manifiestan:
“Cuando los doctores apenas son capaces de hacer tan poco por sus
pacientes como nosotros, médicos, podemos hacer en el caso del
travestismo, tal vez sería mejor para que invirtiéramos nuestros
esfuerzos en otra dirección. En lugar de tratar a los propios pacientes,
tal vez sería mejor tratar a la sociedad que hace tan difícil la vida
de estas infortunadas personas”. Con estos criterios en mente, observemos la actitud de la sociedad.
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