
Este
artículo surge de un trabajo de campo basado en entrevistas y
observaciones con grupos de travestis en Argentina durante los años 2005
y 2006. En esos encuentros indagué sobre los imaginarios de género
surgidos en sus elecciones estéticas. Es decir, les pregunté por el uso
de determinadas ropas y las formas de adornar y mostrar el cuerpo en la
esfera social. Esto se enmarca en una caracterización de la indumentaria
en tanto marca de género. Wilson (1985) afirma que a lo largo de la
historia occidental la vestimenta ha definido incesantemente las
fronteras de los géneros de manera arbitraria. Sin embargo, dicha
arbitrariedad construye socialmente la lectura de sentido común sobre la
corporalidad, es decir, impone una noción de normalidad sobre cómo debe
ser la presentación corporal de los sujetos en el espacio público
(Goffman, 1959; Schutz, 1972; Bolstanski, 1975 y Bourdieu, 1998). No
obstante, el travestismo desafía ese sentido común, nos muestra la
artificialidad de las normas y genera un plus de sentido identitario. En
líneas generales, la
performance travesti
supone por un lado, prácticas de modificaciones corporales tales como
el uso de hormonas y siliconas que resaltan la exhuberancia de los
cuerpos; y por otro, el uso de determinadas prendas tipificadas como
femeninas. En este sentido, Butler (2001) advierte que pensar en las
prácticas travestis solamente como una modificación en la presentación
corporal (la vestimenta, por ejemplo) llevaría a la idea errónea de una
“realidad de género” esencial, donde uno sería la copia de un original
inexistente. Siguiendo esta línea, mi postura apunta a cuestionar los
condicionamientos sociales por los cuales naturalizamos las formas de
usar las indumentarias, y cómo los cuerpos son leídos culturalmente.
Butler (2001) afirma que el sistema “sexo-género” (Rubin, 1993) es
interpretado socialmente a la luz de la hetero-normatividad,
emparentando el sexo con la naturaleza, y al género con lo cultural.
Esto es, que el cuerpo sexuado cobra sentido en las actuaciones de
género reguladas desde la normativa heterosexual. En especial, la
indumentaria colabora en una lectura de sentido común sobre los cuerpos
sexuados “normales” y dota de “coherencia y/o incoherencia” al sexo, al
género y la apariencia corporal (siempre juzgado desde la
heterosexualidad).
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De
acuerdo a Foucault ([1977] 2003), la sexualidad puede ser pensada como
un dispositivo, es decir, como una producción histórica caracterizada
por el pensamiento binario y la heterosexualidad obligatoria. El siglo
XIX fue la etapa en la que se consolidaron los discursos amparados por
la ciencia cuya impronta transformaba en una desviación a todas las
prácticas no heterosexuales. Los discursos de la bio-medicina y la
criminología brindaron los argumentos ideológicos y supuestamente
objetivos que explicaban la relación natural entre sexo, género y
heterosexualidad. La cuestión de la desviación conllevó a la producción
de categorías identitarias que clasificaban y a la vez condenaban, a
quienes ejercieran acciones que trascendieran esas normas. Precisamente,
a partir del siglo XIX el colectivo travesti (al igual que otros
colectivos) se fueron transformando en un grupo social estigmatizado
principalmente por poner en cuestión el esquema binario de las
identidades de género.
En otro orden, la moda occidental ha estado orientada a reafirmar las
diferencias de género a lo largo de la historia. Sin embargo, no siempre
esta frontera ha sido tan determinante, sino que ésta se acentuó en el
siglo XIX en consonancia con los discursos que daban justificación
científica a la naturalización y normalización de las identidades de
género en términos binarios (Foucault, [1977] 2003).
Un rastreo por la historia de la moda posibilita vislumbrar cómo la
indumentaria se ha consolidado como un complemento de la matriz
hetero-normativa para establecer las diferencias identitarias binarias
entre los géneros femeninos y masculinos (Zambrini, 2010). Por otra
parte, los modos de vestir no sólo han intervenido en la naturalización
de las distinciones de género, sino que además contribuyeron en la
construcción de la distinción de clase social. Por lo tanto, pensar en
las actuaciones/
performances de género, también supone incorporar las actuaciones/
performances
de clase social. Es decir, que categorías tales como género y clase
deben ser analizadas en su puesta en diálogo y de manera interseccional
(Davis, ([1981] 2004).
Trayectorias travestis en Argentina
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Un
recorrido por las trayectorias del colectivo travesti en Argentina, nos
muestra períodos de mayor invisibilidad social y otras etapas de mayor
visibilidad pública y mediática (en especial a partir de la década del
´90). Hoy día, a pesar de la visibilidad social obtenida, la
vulnerabilidad producida por la pobreza y la discriminación brinda las
condiciones objetivas para que ocurran prácticas que comprometen la
salud y los cuidados tales como la ingesta de hormonas y la realización
de cirugías e implantes de siliconas en condiciones muy precarias.
Por otra parte, en los últimos años los debates sobre la
localización geográfica de las zonas rojas en la ciudad de Buenos Aires,
conducen a pensar esos espacios sociales - no sólo como espacios
propicios para el trabajo sexual - sino como zonas de exclusión que
suponen la regulación de políticas identitarias y la confinación a la
marginalidad de los sectores populares.
Aquí, voy exponer un breve análisis de algunos relatos de un grupo de
travestis residentes en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, respecto a
sus presentaciones corporales en el espacio público, y la
indumentaria(1) utilizada. A grandes rasgos, me propuse pensar junto a
las entrevistadas, en la presentación corporal enfatizando en la
relación cuerpo-vestir, desde una perspectiva de género. El
cuestionamiento del pensamiento binario en términos de género y la
conformación de una identidad social diferenciada en términos de clase,
emergieron en los discursos y las observaciones analizadas. Sin embargo,
también emergieron las contradicciones propias del sentido común
(Schutz, 1972) cristalizadas por ejemplo, en valores de índole
tradicionales en torno a los roles de género. La tensión entre la
producción y la reproducción de sentido (Bourdieu, 1998) encontraba en
la estética travesti un lugar privilegiado para expresarse (Silva, 1993;
Benedetti, 2002 y Kulick, 2008 y Denizart, 1997).
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De
acuerdo a los discursos recavados pude reflexionar sobre el proceso que
transformaba la presentación corporal travesti en un rasgo identitario
particular, e interpreté que dicha estética estimulaba y enfatizaba lo
visual en la presentación de sí mismas en el escenario social. Las
vestimentas fueron caracterizadas por las entrevistadas como
herramientas fundamentales para comunicar y clasificar intenciones
sexuales. A su vez, manifestaron una fuerte preocupación por su aspecto
físico, porque recalcaban la necesidad de verse y sentirse atractivas
para buscar legitimidad social. Sin embargo, esta búsqueda de aceptación
contenía de forma tácita o explícita la interiorización del estigma que
la sociedad ha proyectado en las travestis. Para las entrevistadas la
forma de adornar el cuerpo y de vestirse funciona como un recurso
sustancial para expresar su identidad. Mediante la estética recrean un
plano simbólico que proporciona esquemas de sentido y de representación
caracterizados en el imaginario social como femeninos. Según sus propias
palabras, enfatizan a través del cuerpo “lo sensual”, “lo sexy” y “lo
lindo” –en los términos que la cultura y su pertenencia social
establecen como tales– y en este aspecto, la indumentaria resulta muy
significativa. Para Bourdieu (1998), la sociedad está organizada en base
a “la lógica de la distinción”, donde ciertos hábitos y prácticas
sociales son legitimados como superiores. Esta diferenciación se
presenta como si fuese “natural”. Las categorías de pensamiento y
apreciación del mundo de los grupos dominantes son interiorizadas por
las capas medias y bajas funcionando como los parámetros legítimos para
pensar y percibir lo social. Los esquemas mentales y corpóreos tienden a
corresponderse con las estructuras sociales a las que aluden. Los
gustos con relación a qué es estético y qué no lo es estarán signados de
manera significativa por el grupo de pertenencia y por el origen social
(Bourdieu, 1998; Auyero, 1999). Como sostiene Meccia (2006:141),
“la
superficie corporal es terreno para la inscripción de signos que hacen
patente la cualidad de miembro de un estilo de vida. Esto quiere decir
que un estilo de vida implica el desarrollo de una cultura somática que
permite (aún en silencio) el reconocimiento entre pares”.
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La concepción de lo femenino surge a partir de una interpretación
propia a la vez que se va conformando y performando colectivamente junto
al grupo de pares con los que generalmente se comparten las condiciones
de existencia. La estética y los gustos respecto de cómo vestirse y
adornar los cuerpos están atravesados por ello. Boltanski (1975)
sostiene que los miembros de un mismo grupo comparten un sistema de
normas (no explicitadas) que organizan las relaciones que los individuos
de ese grupo social tienen respecto a su propio cuerpo. Así se
consolida y unifica una cultura somática que posiciona a los individuos
en la jerarquía social a partir de las diferencias entre sus cuerpos.
Tal como ilustra una informante en sus palabras:
E: ¿Qué es lo femenino para vos?
I: Femenino es aquello que tiene que ver con la delicadeza… con el
cuidado… lo suave… con lo blanco.
E: ¿Y lo masculino?
I: Lo fuerte... lo rudo... un color diría lo negro... lo oscuro.
E: ¿Y lo travesti?
I: Una mezcla de lo suave... lo delicado... lo tierno... dulce... con
fortaleza... con fuerza... lo sexy. Considero que es una alícuota que
tenemos que tener las travestis... no existe una travesti común... hay
millones de mujeres comunes.
E: ¿Cómo sería una mujer común?
I: Que no se preocupa por cómo se ve físicamente... o sí... pero no es
prioritario en su vida... puede cultivar otras cosas (Luz, 25 años).
E: ¿La travesti decís que tiene algo extra?, ¿cómo es eso
I: Claro, porque nosotras nacemos en un cuerpo de hombre... una
estructura de hombre... aunque a veces nos pasamos para el grotesco...
la mayoría de las travestis, tenés o la modelito o la
vedette...
Las chicas que van todo el tiempo a la facultad no tienen tiempo para su
cuerpo; en cambio eso no le pasa a una travesti.
E: ¿Por qué?
I: Porque nosotras tenemos que pelear por esta cosa física... Me parece
que la mujer es más mente y la travesti más cuerpo.
E: O sea que para vos lo físico es fundamental... ¿si fuera un
porcentaje en tu vida, cuánto dirías?
I: Un 60%... noooo... miento... más de un 70%, estoy todo el tiempo
mirándome... Estoy acá hablando con vos y pensando por dentro que no me
depilé; que me voy a bailar tango y tengo que usar medias y queda feo...
Una mujer también pensaría lo mismo pero... lo pensaría, pero diría:
“De última, me pongo un
jean”. Yo quiero ir en pollerita porque
me parece más sensual... muestro mis piernas porque tengo piernas
contorneadas... largas... lindas.
E: Vos por lo que me decís, sentís que en una travesti es peor, por
ejemplo, que no se depile, ¿peor que si le pasara a una mujer?
I: Una mujer, si no se depila, el hombre va a pensar: “¡Qué sucia!”...
pero claro, yo siento que soy desagradable si no me arreglo... digo...
ya que sos travesti... cuidate... tenés que ser agradable a la vista.
E: ¿Vos decís que hay más presión sobre las travestis en relación a la
estética?
I: Sí… porque no se acepta a la travesti... no como parte de la
sociedad... Entonces, ya que sos travesti por lo menos sé agradable
(Luz, 25 años).
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Las
representaciones de los géneros a las que han aludido la mayoría de las
entrevistadas están fuertemente atravesadas por una mirada
hetero-sexista, destacando la fragilidad en la mujer y la rudeza en el
hombre. Asimismo, al comparar las mujeres con las travestis en torno a
la preocupación por el cuerpo y la estética, se infiere que la travesti
ha quedado más remitida al ámbito corporal como un valor identitario. Un
cuerpo que, según sus relatos, debe imperativamente ser agradable a la
vista de los demás. Las nociones de belleza referidas surgen de los
estereotipos construidos socialmente respecto de lo femenino y lo
masculino, desde la matriz heterosexual. A su vez, dichos estereotipos
están atravesados por la mirada de la clase social de origen ligada a
los sectores populares de los cuales proviene la mayoría de las
travestis (Berkins y Fernández, 2005) y especialmente a la posición
prostibularia a la que son habitualmente confinadas ya que existe una
conexión entre la identificación con el grupo social de pares y la
manera de adornar y vestir el cuerpo. De este modo, se van conformando
de manera colectiva los estilos estéticos y van recreando los
habitus
de pertenencia social (el sujeto creerá que su estilo le es propio, de
hecho lo vivirá como tal, pero se irá modificando a partir de lo
social). Las indumentarias mencionadas por las entrevistadas son las que
históricamente se han asociado a la mujer y a su capacidad de provocar a
través de la seducción sexual. Por ejemplo, faldas cortas, tacos altos,
botas altas, ropa ajustada, encajes, maquillajes, carteras, etcétera.
Estas prendas, en las sociedades modernas, se han transformado en íconos
de la seducción femenina favoreciendo la conformación de numerosos
prejuicios de género y cargas morales (Entwistle, 2002). Las
entrevistadas han realizado una particular interpretación de estos
patrones y narrativas culturales de género. Desde la perspectiva
teórica del post estructuralismo se puede decir que las entrevistadas
recrean una disyunción inclusiva que, por así decir, rompe con la lógica
del sujeto de la modernidad y desbarata el pensamiento binario que
separa y excluye por definición lo femenino y lo masculino. En esa
exacerbación de los cuerpos naturalizados como femeninos –sabiéndolo o
no, proponiéndoselo o no– derriban al mundo de la representación
construido en una racionalidad que sólo admite identidades fijas, y que
confina a la marginalidad social a quienes la cuestionan (Derrida, 1971a
y b; Butler, 2004). En particular, deconstruir los procesos
socio-históricos que posibilitaron que la relación entre el cuerpo y la
indumentaria funcione como complemento y refuerzo de la matriz
hetero-normativa, permite visualizar cómo se articula la indumentaria
con la estructuración social (en términos de clase y en términos de
género binarios); y cómo esa estructuración afecta directamente al
colectivo travesti y lo convierte en un grupo social con altos índices
de discriminación en el país. En palabras de Entwistle:
“La ropa hace
algo más que sencillamente atraer las miradas hacia el cuerpo y
resaltar los signos corporales que los diferencian. Tiene la función de
infundir sentido al cuerpo, al añadir capas de significados culturales,
que, debido a estar tan próximas al cuerpo, se confunden como naturales” (Entwistle (2002: 174).
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Notas:
(1) Algunas conclusiones parciales arribadas desde esta óptica de
análisis fueron publicadas en Zambrini, Laura (2008). “Cuerpos,
indumentarias y expresiones de género: El caso de las travestis de la
Ciudad de Buenos Aires“. En
Todo sexo es político. Estudios sobre sexualidades en Argentina. Grupo de Estudios de Sexualidades (GES-IIGG-UBA). Buenos Aires, Editorial El Zorzal.
Sobre la autora:
Laura Zambrini es Licenciada en Sociología por la Universidad de
Buenos Aires. Es Docente Adjunta en la Materia de Sociología, orientada
al diseño de Indumentaria y Textil en la Facultad de Arquitectura,
Diseño y Urbanismo (FADU-UBA). Cursa el doctorado en Ciencias Sociales
en la Universidad de Buenos Aires. Es becaria doctoral del CONICET desde
el año 2006. Pertenece al Grupo de Estudios sobre Sexualidades (GES)
del Área de Salud del Instituto Gino Germani. Investiga temas
relacionados a la Sociología del vestir, del cuerpo e identidades de
género.
Interesting... thank you for sharing..
ResponderEliminarWendy