miércoles, 29 de febrero de 2012

Travestismo

Desde que el ser humano, allende los tiempos, sintió la necesidad de cubrir su cuerpo encontró también la manera de exteriorizar su propia personalidad, su yo interior, a través del vestido. De este modo, el vestido pasó a ser una marca de identidad, y una forma de presentarse como individuos ante los demás. La apariencia que los humanos empezaban a mostrar con el atuendo, por tanto, comenzó a servir para indicar la edad que se tenía, la posición social o el rol sexual que se ocupaba dentro de la comunidad. Según el Diccionario, travestido se dice del Disfrazado o encubierto con un traje que hace que se desconozca a quien lo usa”. Por tanto, el travestirse es una forma de denotar una personalidad diferente a la propia, o de mostrar la propia cuando ésta no se corresponde con los cánones establecidos sobre la vestimenta. Hoy el viento nos transporta al extraño y llamativo mundo de los travestidos.


Pero, ante todo, la vestimenta, esa apariencia más o menos artificiosa que construimos sobre nuestra piel, está muy ligada a la identidad sexual. Hombres y mujeres siempre han marcado su diferenciada idiosincrasia por medio del vestido, aún cuando éste se reduce a la mínima expresión. No obstante, hay que aclarar, que las marcas de diferencia obedecen siempre unos patrones preestablecidos, más o menos consensuados dentro de cada sociedad, y que no necesariamente son compartidos o comprendidos por el resto de las sociedades. Un ejemplo de ello lo tenemos en el uso de la falda, que es una prenda de vestir que en unas sociedades puede ser entendida como un signo de identidad femenina, mientras que en otras es todo un emblema de virilidad.

Mujeres con faldas pintadas en la cueva de El Cogul (Cataluña, España).
 Podrían datar de hace  8.000 años.

Lo mismo pasa con el maquillaje y los complementos del vestido. En general, los hombres son poco dados a las complicaciones en este sentido, aunque en esto también hay diversidad de opciones.

Hombres Peul de Níger y Papúes de Nueva Guinea ataviados con sus mejores galas.

Por otro lado, la transgresión de los estereotipos sobre la vestimenta ligados al rol sexual a menudo se suele asociar a la transexualidad. Esto es una idea muy contemporánea, pero en las sociedades tradicionales esta cuestión no está del todo clara, y no es tan fácil de discernir. Un ejemplo de ello lo encontramos en los mahu de la Polinesia. Por lo general, los mahu eran unos hombres robustos y bien alimentados que vestían y vivían como mujeres, y que se mostraban como tales, incluso en su gesticulación imitaban los modos femeninos. Existía uno en cada aldea. Su presencia y razón de ser están cubiertas por el halo de misterio y el tabú que envuelven a muchos elementos de la cultura polinesia. En el escalafón social estaban en el nivel más bajo, similar al de los niños. Permanecían siempre en la soltería y ayudaban en todos los trabajos colectivos. Pero, sobre todo, servían de esclavos sexuales que atendían a los hombres solteros, con lo que se evitaban embarazos prematrimoniales. Cuando un mahu moría o se iba de la aldea, siempre era sustituido por otro. Por lo general, eran educados así desde niños, para que ocuparan luego ese oficio en la edad adulta.


Muy diferente de la vida de los mahu, que pasaban casi toda su existencia en la soledad y medio apartados de la sociedad, es la de los eunucos hindúes, también conocidos como hijras. Se reúnen en clanes, o grandes familias, y suelen ocupar territorios bien definidos dentro de las ciudades. Suelen tener mala fama por su comportamiento desenfadado y, a veces, excesivamente vulgar, pero también son temidos porque sus maldiciones se consideran muy poderosas. Sin embargo, su presencia en los partos es vista como un signo de buen augurio. Suelen vivir de las propinas que reciben por sus cánticos y danzas en fiestas, y por sus bendiciones, aunque algunos también se prostituyen. Para formar parte de su cofradía los aspirantes han de pasar, como primer paso de la iniciación, por el peligroso trance de la castración completa, a pesar de que se trata de una práctica prohibida en La India, y no todos sobreviven a ella. Y, aunque hoy sean un grupo social en decadencia, en otros tiempos gozaron de un estatus privilegiado. Por ejemplo, durante el Imperio Mogol los hijras ejercían de cuidadoras de los hijos del emperador y consejeras de Estado, tenían amplias propiedades y sirvientes a su disposición, e inspiraban fe y respeto.


Otra situación bien distinta es la de los muxes de Oaxaca (E.U. Mexicanos), relacionados con la cultura zapoteca. Se trata de varones travestidos que asumen roles femeninos dentro de su comunidad. Los zapotecas tenían una organización social cuasi matriarcal, por lo que los muxes, en su papel de mujeres, podían tomar decisiones en el comercio o en la economía, que sólo eran competencia femenina. Algunos muxes eran los hijos primogénitos que sus madres educaban como féminas para que, andando el tiempo, se ocuparan de cuidar de la familia. Los muxes representan para sus madres tanto una seguridad económica como un apoyo moral, aunque algunos se emancipaban, se casaban y formaban su propia famila. Por otro lado, algunos muxes también ejercían un rol sexual, y se encarcaban de iniciar sexualmente a los varones adolescentes. En los años 70 se realizó un estudio antropológico en la región que ofreció como resultado el que aproximadamente ¡un 6% de la población masculina estaba compuesta por muxes!.

En torno a esta misma cuestión, el soldado español Pedro Cieza de León, en su “Crónica del Perú”, recogió a mediados del siglo XVI el testimonio de un tal Fray Domingo de Santo Tomás, que nos habla de una “extraña” costumbre entre los incas:

“Verdad es, que generalmente entre los serranos e yungas ha el demonio introducido este vicio debajo de especie de santidad. Y es, que cada templo o adoratorio principal tiene un hombre o dos, o más, según es el ídolo. Los cuales andan vestidos como mujeres desde el tiempo que eran niños, y hablaban como tales, y en su manera, traje y todo lo demás remedaban a las mujeres. (…) A los cuales hablándoles yo de esta maldad que cometían, y agravándoles la fealdad del pecado me respondieron, que ellos no tenían la culpa, porque desde el tiempo de su niñez los habían puesto allí sus caciques, para usar con ellos este maldito y nefando vicio, y para ser sacerdotes y guarda de los templos de sus indios.”


En los casos vistos hasta aquí, nuestros protagonistas han sufrido muchas veces un travestismo no elegido, sino impuesto por determinados esquemas socioculturales. Otras veces obedece a la necesidad u obligación de cumplir con ciertos rituales y liturgias asociados al ejercicio del poder, como fue el caso de la faraona Hatshepsut (siglo XV a. de C.), que en algunas imágenes que se conservan de ella aparece con barba, y no es de descartar que en ciertas ocasiones tuviera que llevar una postiza.

Retrato esculpido en granito de Hatshepsut: una faraona con toda la barba

Pero también existen situaciones de travestismo que obedecen a la necesidad de supervivencia o, en el caso de muchas mujeres, al deseo de empeñar ciertos cometidos u oficios que estaban vetados al género femenino. De esto tenemos muchos casos documentados en la Historia. Quizás uno de los más destacados es el de la Papisa Juana. Existe la creencia de que en el oscuro y lejano siglo IX, la tiara papal fue portada por una mujer. No está clara la fecha exacta de su pontificado, pero pudiera ser que Benedicto III, o quizás Juan VIII, hubiera sido en realidad una tal Juana. La leyenda cuenta que se trataba de una mujer muy instruida que se vistió de hombre para entrar en un monasterio y juntarse con su amado, y una vez allí, inició una brillante carrera eclesiástica que la llevaría hasta la silla de Pedro.
La Papisa Juana inmortalizada en la
carta número II de los Arcanos Mayores del Tarot

Se dice también que, a comienzos del siglo XV, una tocaya suya llamada Juana de Arco, dirigió la tropas francesas contra los invasores ingleses vestida de caballero, según declaró en su juicio, “por orden de Dios”.


En el siglo XVII, una tal Mary Read consiguió alistarse en la armada inglesa gracias a su atuendo masculino. Posteriormente sería apresada por un barco pirata y se uniría a ellos. Ejerció la piratería hasta que fue detenida cerca de las costas de Jamaica.


Uno de los casos más extraordinarios de que se tiene constancia ocurrió en el siglo XIX, el del doctor James Barry, alter ego de Margaret Ann Bulkley. Se vistió de hombre para poder estudiar en la Universidad, y ejerció durante décadas la medicina en las colonias británicas. Después de su muerte, y mientras se preparaba el cuerpo para la sepultura, se descubrió, para escándalo y asombro de todos, que ¡era en realidad una dama!.


En los últimos años, el que quizás haya sido el caso más asombroso de travestismo es el de la portuguesa María Teresinha Gomes. En 1974, mientras se celebraba la fiesta del Carnaval, adoptó la identidad de un tal General Tito Aníbal da Paixão Gomes, con la que se dedicó a realizar, durante dieciocho años, múltiples estafas sin que sus víctimas se dieran cuenta. Después de su detención, y durante su juicio, incluso la mujer con la que había convivido todo este tiempo, y con la que simulaba estar casado, una tal Joaquina Costa, confesó al tribunal que no conoció la verdadera identidad sexual del "general" hasta su separación ¡quince años después!.

El "General Tito" durante el juicio en 1993

En fin, como ven, esto del travestismo, aunque en el cine y en el mundo del espectáculo casi siempre ha sido utilizado para generar enredos y situaciones cómicas, en realidad es una cosa muy seria.  


Y les dejo con dos fragmentos de vídeo. El primero corresponde a la película española "Mi querida señorita", dirigida por Jaime de Armiñán en 1971, y protagonizada por el genial actor José Luis López Vázquez. El segundo corresponde a la película norteamericana "Con faldas y a lo loco" ("Some like it hot"), dirigida por Billy Wilder en 1959, en el que la maravillosa Marilyn Monroe nos interpreta su inolvidable "I wanna be loved by you".



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