miércoles, 3 de agosto de 2016

Recuerdo cuando era niña



Por Sharom Nadine

 
Recuerdo cuando era niño y me di cuenta que también era niña

Me visto de mujer desde los 12 años, una mezcla fatal de mucho tiempo sola en casa, aburrimiento, alma femenina, demasiadas curiosidad y un conjunto de babydoll azul celeste con string bikinis a juego en la gaveta abierta de la ropa íntima de mi mamá.

Siempre fui apasionada de la ropa de chicas, siempre me pregunte que se sentiría, las cintura ajustada y los zapatos con tacones altos, tener pechos o llevar pinturas en la cara, era algo tan intrigante para mi inquieta cabecita pre adolescente, como un rompecabezas que no era mí, ni tenía idea de cómo se armaba, pero que no podía soportar ver desarmado. Me urgía descubrir que pasaba más allá de la ropa aburrida que los hombres se ven forzados a llevar.

Por aquella época tuve mi primer y único sueño húmedo, por supuesto involucraba soñarme vestido con ropa de mujer, me levante avergonzado de cómo mi cuerpo me había traicionado a cambiar sábanas y darme un baño de media noche, para borrar las evidencias de aquel “accidente”. Pero entonces, la curiosidad se convirtió en algo más fuerte, era posesa del deseo de saber porque las mujeres se tardaban tanto vistiéndose y que se sentía llevar un brassier,

Muchas veces estuve cerca, hasta que me descubrieron, y gracias a que en ese momento descubrí lo buena mentirosa que puedo ser si hace falta (aunque no me gusta mentir), no hubo problemas mayores. Tuve momentos de disfrute increíble, momentos de culpa terribles; hice mil promesas de nunca volver a vestirme, que se rompían en el momento que la casa se quedaba sola y tenía a mi disposición el closet de mi mamá, closet que yo conocía mejor que ella, ya que combinaba la ropa en maneras que ella nunca hubiese pensado. Me hice experta en sus tacones y en su maquillaje, tanto que en bachillerato sabía más de ropa, maquillaje y andar en tacos altos, que cualquier compañera de clases, es una lástima que nunca se lo pude echar en cara a las que me trataban mal

Mi forma de aprender fue doloras y basada en el ensayo y error, sin YouTube, sin siquiera internet, sin amigas cercanas, ni nadie a quien contarle, tuve que aprender viendo e imaginándome por mi misma como se hacía cada cosa. Uno de los momentos más horribles, fue cuando me dio curiosidad por pintarme las uñas; sabía dónde mi madre guardaba su kit de manicure y sus pinturas, elegí un rosa fuerte precioso, me lo apliqué con toda la paciencia del mundo y me encantó el resultado. Cuando comenzó a acercarse la hora del regreso de mis padres, en mi ignorancia creí poder lavar la pintura de mis uñas con agua y jabón, idea que se hizo añicos tras el intento, desconociendo yo el uso del quitaesmalte, recurrí a frotarme dolorosamente con una esponja hasta que mis dedos sangraron y la última molécula de esmalte dejó mis uñas. Cuando días después descubrí las bondades de la acetona, todo se hizo claro para mí.

Esa es sólo una de las anécdotas de mis inicios en el mundo de la femineidad, de mi entrada al mundo de rosa y encaje.



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