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lunes, 7 de junio de 2010
La fotografía.
Yo era una niña, o un niño mejor dicho, bastante inquieto. MI PRIMERA VEZ! Todo empezó cuando yo tenía cerca de 8 ó 9 años. Desde siempre todos me habían dicho que me parecía mucho a mi papá, cosa que a mí me molestaba, pues él se había ido cuando yo apenas tenía 5 años. Por otro lado había quienes me decían que me parecía a mi mamá, y aunque al principio me sentía raro... es decir, ¿Cómo yo, un hombre, me voy a parecer a mi mamá que es mujer? Al final acababa agradándome la idea, y me sentía completamente orgulloso de ser el hijo de mi mamá y parecerme a ella. Pero ojalá todo hubiera quedado en un simple comentario, de no ser por el día que reflexioné sobre aquella fotografía.
Desde muy chicos, mi mamá nos mostraba a mi hermana y a mí sus álbumes de fotografías, en las cuales aparecía ella de niña. Era sorprendente ver el gran parecido que tenía yo con mis tíos, y mi mamá con mi hermana. Más bien parecía que éramos nosotros, y no ellos, los de las fotos. Pero había una en particular... creo que mi mamá tendría 10 ó 12 años, pero su parecido conmigo era enorme. Era prácticamente yo vestido de “Guare” sentado (o sentada) en el piso en el centro de una fotografía blanco y negro. Me daba mucha curiosidad esa foto, y poder pensar que realmente era yo. Incluso una vez, uno de sus conocidos que vio la foto, exclamó:
—¡Que bárbara! ¿Cómo pues, vestiste a tu niño de “Vieja”?
Oír eso hacía que sintiera mariposas en el estómago.
Cierto día que me encontraba mirando aquella fotografía, que quedé hipnotizado viéndola, pasando mil y una ideas por mi cabeza. Mi mamá lo notó y me preguntó lo que pasaba. Le pregunté entonces, de una forma muy “Boba” e inocente, si la persona en la fotografía era ella o yo. Dejó salir una tímida risa, y me respondió que lógicamente era ella, y luego me preguntó el porqué de mi duda. Me quedé pensativo un rato más y entonces le pregunté si me podría ayudar a hacer un experimento con esa foto. La propuesta era tratar de feminizarme un poco, (Aunque los niños pequeños sean andróginos) para, en el día de la “Virgen de Guadalupe” vestirme de guare y tomarme una fotografía en la misma posición y comparar ambas fotos.
Lo primero que recibí fue un rotundo ¡NO! Pero la espinita se quedó clavada en la mente de mi mamá y le dio varias vueltas, hasta que finalmente accedió, dejando muy claro que solamente se trataría de un juego. Todo iba a ser muy sencillo, lo único y realmente trabajoso iba a ser dejarme crecer el cabello. Entonces, por éste pequeño detalle, el plan no se iba a llevar a cabo en ése diciembre, sino hasta al siguiente, tomando en cuenta que apenas estábamos en Abril. Así que en realidad iba a ser muy fácil. Solo había que esperar ese tiempo a que me creciera el cabello, y cuando llegara el momento me comprarían la ropa, me harían mis trencitas, y me tomarían la foto. Después todo volvería a la normalidad (sí, como no).
Y entonces así lo empezamos a hacer. De momento dejamos de hablar de ello, como si lo hubiéramos olvidado. Pero para mí era imposible olvidar esa sensación que me provocaba la sola idea de vestirme como mujer... simplemente la de traer el pelo largo me provocaba mucha excitación, pero de esa excitación emocional, que nada tiene que ver lo sexual. Transcurrido un mes, empezó la lucha por navegar contra la corriente, porque cuando apenas se me empezaba a alargar el pelo, ya me estaban mandando a cortármelo. Yo intentaba recordarle a mi mamá lo del experimento, mientras ella me trataba de convencer de que eso no estaba bien y que me veía mal. Me intentaba convencer de que llegado el momento me rentaría una peluca, pero yo insistía en que no sería igual que con mi propio cabello. Al final, parece ser que yo gané, y mi mamá solo me dio el “Avionazo”.
Aproximadamente para Octubre empecé a tener problemas en la escuela, pues ya eran casi 7 meses de haberme dejado crecer el cabello. Aunque ya lo tenía bastante largo, apenas se me alcanzaba a hacer una diminuta colita de caballo, que la verdad, no lucía. Pero los maestros me reprimían mucho con el “Reglamento” de la escuela, amenazándome con no dejarme entrar a clases si no me lo cortaba. A esto, mi mamá acudía a la escuela para objetar esas amenazas, y aclarando que era decisión de “Ella” que yo usara el pelo largo. Era de reconocer, que aunque en realidad no estaba muy de acuerdo con el “Experimento”, mi mamá se esforzaba en darme gusto y no dejar que nadie me lastimara por mis ideas.
Pasó el tiempo sin novedad, mi pelo seguía creciendo, y mi “Cola de caballo” lucía cada vez mejor. Más o menos para el mes de junio del año siguiente, nos encontrábamos con mi mamá practicando algunos peinados que se podían hacer con mi cabello ya un poco más alargado, viendo tanto modelos de peinados masculinos como femeninos. De pronto ella se dio cuenta de un detalle que casi se nos pasaba... corrió en busca de la fotografía y me mostró para que yo también me diera cuenta de ese pequeño detalle... ¡Los aretes! Ya que faltaba tan poco para poder llevar a cabo el experimento fue que nos dimos cuenta, pero fue justo a tiempo. Aunque para mí, ya hasta se me estaban quitando las ganas, de solo pensar en las burlas que ya recibía por algunos de mis compañeros por traer el pelo largo, no me podía imaginar regresar de vacaciones con las orejas perforadas. Pero después de todo, lo hice, y fue mi mamá quien se encargó de hacerme los agujeros con los mismos aretes que usaría a partir de ese momento hasta que llegara la hora de “El gran Día”. Se trataba de unos pequeños brillitos, piedritas, o diamantitos, creo, que apenas se podían ver de lejos, y que tenían el pabilo de oro para evitar alergias o infecciones, y que en el extremo de atrás, se atornillaban con una esferita dorada. Contrario a lo que esperaba, la agujerada no me dolió nada, pero después, de tenerlo mucho tiempo abierto si me empezó a doler, pero pasó pronto.
Cuando regresé de vacaciones, los brillitos en mis orejas, que yo creía que nadie notaría, los percibió toda la escuela, y tal como lo esperaba, las burlas comenzaron a llover. Lo peor vino cuando me enteré de quién era mi nueva maestra, la mujer más intolerante que he conocido, además de regañona, ignorante, malvada, y... y... y... ouch, de no ser porque es importante para la historia, ni me acordaba de ella. En fin, ella fue de quienes más acentuaron sus burlas y su inconformidad hacia mi apariencia, cada vez más femenina. Y todo hubiera quedado allí, pero después de una semana de clases, el viernes antes de salir me llamó a su escritorio, y me hizo un comentario. Me dijo que para el lunes tenía dos opciones, o iba sin aretes y con el pelo corto, o me tendría que presentar usando el uniforme de las niñas, de lo contrario no me aceptaría en su clase.
Ese comentario me asustó, además de confundirme, entonces se lo comenté a mi mamá. De por sí, ella ya estaba muy inconforme conque me hubiera tocado esa maestra, así que cuando le conté lo que había pasado, se puso furiosa. Pero luego lo tomó con calma y me preguntó qué era lo que yo quería hacer. Si dábamos por terminado el experimento y hacíamos un arreglo para tomar la foto ya, y terminarlo de una vez por todas, o seguirle el juego a la maestra para callarle la boca. Me insistía mucho por que tomara la primera Opción, pero muy en el fondo, ella deseaba que eligiera la segunda para poder hacer algo en contra de la maestra, además de que, como ya había dicho antes, ella consideraba mucho mis sentimientos y haría lo posible por darme gusto. La verdad, la primera opción a mí no me entusiasmaba mucho, y aunque mi idea era seguir con el experimento era la idea original, la segunda opción implicaba ir durante casi tres meses a la escuela vestido como niña, siendo que la idea original era hacerlo solo una vez. Lo estuve pensando mucho durante la tarde, y en la noche antes de dormirme, llegué a una decisión. Si, ya se lo deben imaginar. La idea de lucir como mujer durante más de un día, de crear esa clase de engaño, iba a ser un experimento mucho mayor, y la excitación emocional que eso me provocaba era mucho muy enorme. En realidad lentamente fui desando hacerlo. Así que al acostarme, antes de dormirme le comuniqué a mi mamá que elegía la segunda opción.
Al día siguiente me levanté con un hormigueo en el estómago. Lo primero que hicimos fue probarme uno de los uniformes de mi hermana, que es más pequeña que yo, y lógicamente no me quedó. Me quedaba muy apretado de la cintura, entonces no había más remedio que ir a comprarme uno a mi medida. Me mandó entonces a ponerme un juego de Pants deportivos, y obviamente todo el juego completo, con calcetas y zapatos Tenis. Cuando salí de cambiarme, mi mamá me estaba esperando con una silla al centro de la sala, y su equipo de estilismo. Me dijo que me sentara, y una vez hecho, me cubrió la ropa con un plástico, y se dispuso a cortarme el cabello. Al principio me asusté, pues pensé que definitivamente me lo iba a cortar todo, pero luego ella me tranquilizó diciéndome que solo me lo iba a emparejar para darle una forma más femenina. Y así lo hizo, me le dio una forma mucho muy bonita y me dejó un coquetito copete. Ya me veía ahora si como toda una niña, pero mi mamá aún no había terminado. Una vez listo mi corte de pelo, me amarró un listón para recogérmelo, y al finalizar me hizo un moño, luego con un cepillo redondo, me enchinó el copete, con una cuchara me enchinó las pestañas, y luego me quitó los aretes y me puso unas arracadas de mi hermana. Aunque el arreglo de mi cabeza no iba muy bien con la ropa deportiva que llevaba, en realidad me veía muy bien, nadie que me viera podría asegurar que yo fuese un niño, o que no fuera una niña.
Con una corriente eléctrica recorriéndome el estómago salimos a la calle en busca de mi nuevo uniforme. Buscamos por varias tiendas, obviamente buscando el precio más accesible. Finalmente encontramos un lugar en donde no estaba del todo mal, y allí compramos mi nueva blusa y mi jomper completo, es decir, mi falda con su peto y mi suéter. Después salimos a otra tienda donde me compraron algo de ropa interior y varios juegos de calcetas. Por último visitamos una zapatería donde me compraron mis zapatos de charol con hebilla. Ya que teníamos todo listo nos dirigimos a un restaurante para almorzar, pero en el camino nos encontramos con una tienda de ropa para niñas donde exhibían unos vestidos preciosos. Mi hermana menor, entonces, comenzó a pedir un vestido para ella, ya que me estaban prestando mucha atención a mí. Mi mamá lo pensó y decidió que era razonable, pero también se acordó que si yo iba a tener que vestir como niña, iba a tener que aprender a usar ropa de niña, por lo que nos compró vestidos gemelos a mi hermana y a mí, solo que el de ella rosa y el mío azul. Una vez en el restaurante, mi mamá me llevó al baño damas y me ordenó que me cambiara y me pusiera el vestido, unas calcetas y los zapatos nuevos. Cuando terminé de vestirme, me miré en el espejo y quedé impactado, o más bien impactada. Me veía completamente como una niña.
Bajamos al comedor, de nuevo, y allí ni mi hermana ni mi abuela podían creer lo que veían. No se cansaron las tres de piropearme y hacerme alabos sobre lo bonita que me veía. Inmediatamente empezaron las lecciones, para empezar como caminar, como sentarme, como manejar mi cabello mientras comía, que decir, que no decir... en fin... Uff, más que convertirme en una pequeña estudiante de 6º de primaria parecía que me iban a convertir en toda una princesa y me iban a presentar en el palacio de Buckinjam. Total. Eso fue el Sábado, y el Domingo todo el día de aleccionarme para ser toda una señorita.
El lunes, mi mamá me llevó a la escuela y me presentó a la Directora, explicándole todo lo que había pasado. La Directora, al igual que mi mamá se puso Furiosa, pero, igual que mi mamá, lo pensó bien y lo tomó con calma. Mandó llamar a la maestra. Cuando ella llegó se sorprendió de vernos allí, y más se sorprendió por mi apariencia, de hecho al principio no me reconoció. La Directora le explicó con mucha calma, que se habían cumplido sus disposiciones, y que aunque ella no estaba de acuerdo, ella y mi mamá habían acordado que se le iba a imponer una sanción económica y que le iban a encargar, que no querían recibir una sola queja de mí, o cualquiera de mis compañeros, ya que de lo contrario la iban a denunciar por practica indebida de sus funciones y por maltrato y abuso de los niños. Así que ella se debía encargar de que, ya que estaba cumpliendo con una “Sanción” impuesta por ella, que ninguno de mis compañeros me hiciera sentir mal, ni siquiera ella misma. ¡Claro que cuando yo me quejara se iba a analizar la situación! No me iban a valer cualquier berrinche para correr a la maestra.
Lo siguiente fue presentarme en mi salón con mis compañeros. A todos les sorprendió, pero en cierta forma lo tomaron muy natural, pues mi apariencia ya era muy femenina antes de llevar puesto ese uniforme. Lo que sí noté que cambió, fue que los niños ya no me llamaron a jugar con ellos, pero sí las niñas. En fin. Yo me adapté rápidamente a éste cambio, incluso empecé a usar vestidos cuando estaba en casa. Lo recuerdo, esos primeros tres meses fueron fantásticos. Hasta que finalmente llegó el Gran Día.
Una semana antes, mi mamá me llevó de compras para comprarme mi traje de güare. Unas sandalias, una falda Negra larga con un mandilito blanco con holanes rosas, una blusa blanca Bordada a mano, mi Reboso y un montón de collares y pulseras. El Gran Día me arreglaron toda, me pusieron unos aretes muy grandes, y por primera vez me ponía maquillaje, lo cual me fascinó completamente, y también me peinaron de trencitas. Al mirarme al espejo ya era yo toda una “María Candelaria”.
Salimos al centro a disfrutar de la Fiesta, y luego fuimos al Templo a dar gracias a la Virgen. Luego de eso llegamos a casa y dispusimos todo para poder tomar la fotografía. Mi mamá fue la encargada. Fue fácil, solo me acomodé en el piso, Click y ya, ahora solo quedaba que yo volviera a la “Normalidad” y revelar la foto.
Esa noticia me puso muy triste, pues de verdad yo había disfrutado de ser mujer, y por así decirlo, me había enamorado de mí misma. Ahora me rehusaba completamente a cambiar, no quería dejar de ser como era ahora. Mi mamá se preocupó ante mi actitud y me llevó a ver un Psicólogo. Él determinó que efectivamente yo era Transexual, y que lo mejor que podían hacer era empezar un tratamiento hormonal, y dejarme seguir viviendo como hasta ahora. Y aunque si era recomendable hacerme la operación, eso no era posible hasta que yo cumpliera la mayoría de edad. Según el Doctor, esto iba a pasar tarde o temprano, solo necesitaba un detonante, y en éste caso lo fueron la fotografía y el castigo de la maestra. Ahora había descubierto mi verdadero yo, y con el apoyo de mi mamá y mis maestros todo (que nunca dejó de ser difícil) fue mucho más fácil.
A partir de entonces he vivido como mujer y mis amistades me conocen como Lizbeth Anahí
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Me facinó tu historia. Huviera sido interesante que a mi me huviera pasado cuando pequeña. Me encantaría ver la foto que desencadenó todo, o la comparación de ambas fotos.
ResponderEliminarBesos Lourdes.
quisiera vivir una experiencia asi pero no se puede muy buen relato me fasino
ResponderEliminarwow no se k decir esta historia me dejo asi de por k no vivi algo asi .¬¬ pero bueno en fin felicidades me facino tu historia
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