Una de mis mejores,emocionante y más placentera ocasión que me vestí de mujer fue cuando me vestí de ¡¡NOVIA!!! Resulta que en la casa, por agüero, no vendían ni regalaban los trajes de novia con los que se habían casado mis dos hermanas. Una de ellas lo guardaba en su casa y el otro estaba en la mía. En cierta ocasión lo sacaron de donde lo guardaban y lo dejaron en uno de los closeres. Yo me di cuenta de ello y busqué la manera de sacarlo y verlo, tocarlo y acariciarlo. La emoción que sentí fue inmensa e inmediatamente me entró el deseo de querer ponérmelo y disfrutar de verme no solo como mujer sino, lo mejor aun, de verme y sentirme como una novia. La ocasión se presentó un día domingo por la tarde en que todos iban a salir de casa y yo busqué la disculpa para quedarme sólo. Así sucedió y como a las 3 de la tarde me encontré solo y con la oportunidad de vestirme de novia. Saqué el vestido y busqué otras prendas femeninas para ponerme: unos brasieres, unas medias de naylon y un liguero pues en esa época aun no existían las medias pantalón y los zapatos blancos de tacón. Me quité toda mi ropa de hombre y desnudo me puse al frente de un espejo grande de un armario y empecé mi transformación en una bella novia. Cuando acabé de ponerme todo, me miré al espejo y la emoción que sentí al verme tan linda como una novia fue inmensa. El traje incluía, como todos los trajes de novia, una larga y hermosa cola que salía desde una diadema puesta en la cabeza. Caminé por toda la casa así vestida: la recorrí completa; lo que más me gustaba era bajar y subir las escaleras que llevaban a la calle y a la terraza. Allí en la terraza (que era abierta) tomé la decisión de caminarla arriesgándome a que, desde la avenida que pasaba al frente, me pudieran ver y descubrieran que yo era un hombre vestido de mujer (un travestí, como llaman). Lo pensé mucho pero al fin me decidí y salí procurando caminar como mujer para tratar de engañar a alguien que estuviera viéndome desde los alrededores. ¡Fue de lo más emocionante! El solo pensar que alguien me estuviera viendo y confundiéndome con una mujer me daba mucha alegría, emoción y placer y, debido a estas sensaciones tan placenteras, realicé esta osada acción muchas veces y hasta llegué a acercarme mucho a la baranda de la terraza poniendo en serio peligro que me vieran y reconocieran pues una cosa es ver de lejos un cuerpo vestido e mujer y pensar que efectivamente es una mujer pues no hay porque dudarlo al no verle la cara y otra es que puedan identificar la cara y decir: “…pero si ese es fulano vestido como mujer. ¿Y qué hace él con ese vestido de novia puesto? Y, claro: al día siguiente ir a contárselo a alguien de la casa y quedar descubierto en mi gusto de vestir prendas femeninas.
Cuando estaba sentada en la sala, en el sofá luciendo mi traje de novia, hacia el teatro de que me estaban sacando fotos y hacia muchas poses bien femeninas (lastima no haberme podido tomar fotos para guardar ese bello recuerdo). De pronto se me ocurrió que me sacaban a bailar y puse música y empecé a hacerlo conmigo misma. Busque música de acuerdo a la ocasión: el vals de los enamorados y la Marcha Nupcial. Con esta última goce mucho bailándola pues de verdad que me ayudaba mucho a sentirme como una real y enamorada novia que baila con su enamorado galán.
Esto lo hice ese día durante cerca de 3 horas hasta que sospeché que ya iban a regresar y con mucho pesar tuve que quitarme el vestido de novia y toda las demás prendas femeninas y volver a ser el hombre de siempre. De ahí en adelante no hubo poder humano que me hiciera salir los domingos por la tarde; hacia hasta lo imposible para quedarme sólo y poder repetir mi acto de de ser “…LA NOVIA MÁS BELLA Y FEMENINA DE LA CASA: ¡YO, JUAN!
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