viernes, 2 de julio de 2010


Drag King

Yo nací mujer, al igual que hubiese nacido hombre, esto ya es una condición que determina roles y posturas en el comportamiento de todos los que venimos al mundo. Esta incorporación al comportamiento no fue radical en mi; el campo, la influencia europea de mi madre, el sentimiento andino influenciado por mi padre y el entorno des-construyeron ese genero preestablecido para much@s.
Considerada una “niña bonita”, hija de “gringa”, recibí siempre una mirada diferente de l@s niños del barrio y de la escuela, no de forma excluyente, a veces despertando curioso interés para algun@s. Mi tamaño, el color de piel, mi padres lejos de lo común del lugar, el trabajo de ellos (alfabetización de niños kichua hablantes), mi familia paterna (mestizo-indígenas de campo), mi familia materna (de visita desde Bélgica) y los diálogos que mantuvimos con mis padres, ahora que lo veo fueron factores que alejaron un rol en especifico sobre mi “genero

No tuve interés por jugar con muñecas, mas bien por paseos campestres en compañía del ganado, no tuve ganas de pintarme los labios, sino de jugar con tierra, no vestí de faldas ni blusas, incluso use por mucho tiempo zapatos de niño, por comodidad el pelo corto, jugar a la pelota, a los indios y vaqueros, al lobo, carrera de canicas, de carritos junto a mi hermano, historias de ficción en el campo, los viajes cada dos años a Bélgica, los niños rubios, el idioma, la pulcritud europea, la vida del 1er mundo.
En la escuela siempre fui la primera opción para esas elecciones tan absurdas de estrellita de navidad o candidata para cualquier otra cosa. Con ese pretexto, si me pintaron la cara como mujer y era tan incomodo, me pusieron vestidos que solo use una vez; las cosas que me incomodaban tanto, contentaban a mi vieja profesora, a la directiva del barrio, a l@s vecinos, pero a mi familia no le importaba, hasta era molesto tener que pensar en comprar el vestido y arreglarme, como a mama y a papa, a mi tampoco me gustaba.

Busque el modo de no ser esa primera opción y así fui armándome de un modo “poco femenino”, no me gusto nunca arreglarme y exhibirme en la forma en que lo hicieron conmigo, a esa edad cuando la opinión no se escucha porque eres niñ@, marco un rechazo a todas esas cosas, de verdad que era tan incomodo, tan artificial, tan para ellos. Así que mi ofensiva y mi elección buscaron dejar “la delicadeza femenina”, esa postura a la que me querían llevar por mi diferencia, esa que yo no quise nunca y que mi familia no construyo, pero que la gente con la que estuve en contacto quiso meter en mi cuerpo y en mi cabeza.
Desde muy pequeña tuve condiciones deportivas, estuve en equipos de atletismo, básquet, salto y esas cosas, me gustaba si, pero tampoco fue una elección mía, mi figura llamaba a los demás para disponer de mi en ese sentido, como si me hicieran un favor, aunque lo hicieron, pero disponer de mi no es respeto. A esa edad no pude definir lo que quería, a esa edad la gente decide por ti.

Luego de la muerte de mi padre tuvimos que venir a vivir a Quito, Emilio, Kris y yo. Ese cambio fue duro, fue extremo. Mi madre (Kris) guerreo al máximo para lograr una casa acá, para darnos educación adecuada sin saber de las dinámicas capitalinas, para empezar un nuevo momento de estas nuestras vidas.
Algo que recuerdo mucho es que me compre una navaja de esas que llaman mariposa, la vi de venta en un parche a la salida del colegio del Pacifico, que era el colegio mas cercano al primer departamento en el que estuvimos al llegar acá, acá las cosas son distintas a Yaruquies (el lugar donde nací, parroquia rural de Riobamba), los jóvenes toman el bus sin miedo y se bajan al vuelo, cruzan las calles llenas de carros, el trole, el play zone, los centros comerciales, la comida chatarra, alcohol, drogas, todo a la mano.

Bajo el uniforme llevaba siempre una lycra para jugar fútbol en los recreos, siempre con los hombres, me gustaba mucho el fútbol y los juegos con ellos, pero las niñas siempre me vieron raro y nunca puede ser parte de ellas totalmente; de entre los niños siempre tuve mis mejores amigos, no de entre las niñas, de alguna forma era uno mas en el grupo de los chicos, aprendí a hablar como ellos, a moverme como ellos, pero no porque quisiera ser uno de ellos, sino por comodidad, las niñas siempre chismean, murmuran, critican, se quejan, se juntan a pintarse las uñas, eso a mi no me gusta, nunca me gusto, pero acá en la ciudad se nota mas crudamente, las niñas esas son tan quisquillosas. Mis amigas, las mujeres, las que se convirtieron en las más cercanas, también manejan ese tipo de diferencia, por eso congeniábamos.

Así empezó esta crítica a las posturas de género, a los roles. Roles asumidos como la construcción cultural de una “mujer” y un “hombre” que no se origina en la disposición físico-biológica del cuerpo. Donde las relaciones sociales son las que van marcando y afirmando esa diferenciación entre estos dos “seres”, donde un@ condiciona al otr@ y viceversa; pero que va mas allá de esa conducta preestablecida, que como un chip cerebral incorporado dinamiza nuestro cuerpo y nuestra forma de relacionarnos, algo complejo, algo enfermo, algo aceptado, algo real, algo que limita, algo que nos hace esclavos de nuestros cuerpos.
Por intuición rechacé esa ridiculización, esa mascara que usan todos para determinar la debilidad o la fortaleza, eso que para los hombres es necesario al momento de “generar el control”, eso que a las mujeres confina al cuidado familiar, a la alimentación, a la limpieza; eso que muchos aceptan, adoptan y reproducen.
La mujer no es débil, no lo ha sido nunca, es un@ mism@ quien se asume débil independientemente del aparato reproductor que posee, la mujer no tiene porque complacer o agradar al hombre, la mujer no es vulnerable, es la desproporción de fuerza, fuerza generada a partir de esa construcción cultural del género, que vuelve vulnerable al otr@ cuando se aplica.

Entonces pienso: que el teatro Drag es capaz de romper esos roles esquemáticos, que mi postura, un poco femenina pero no tan femenina, un poco masculina pero no tan masculina, son mi recurso más valioso para lograr esa ruptura.
De algún modo quiero generar esta misma critica en la gente que mira las obras de teatro Drag, que el echo de transformarme en hombre dentro del escenario, logra en las personas ubicarse al menos un momento, con la mirada fuera del propio cuerpo, en un punto de critica, en un punto que divisa los absurdos y convencidos comportamientos que tenemos tod@s, que de esa manera ell@s pueden detectar la perversión de los roles (estos radicales y crueles), el sometimiento del cuerpo a una u otra postura y la violencia que ese comportamiento genera no solo hacia un individuo sino hacia la naturaleza misma del ser humano, naturaleza que no soy capaz de detectar ni adivinar porque nunca nos dieron la posibilidad.

http://tariknunez.blogspot.com/2006/09/drag-king.html

Texto: Cayetana, Drag King





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