miércoles, 27 de junio de 2012

El deseo de algunos hombres de vestir las bonitas y delicadas prendas de las mujeres no es un problema exclusivo de nuestra cultura ni de nuestra época

El deseo de algunos hombres de vestir las bonitas y delicadas prendas de las mujeres no es un problema exclusivo de nuestra cultura ni de nuestra época. Es un fenómeno que se ha presentado desde la antigüedad hasta el presente y ha tenido adeptos en todas las culturas y formas de vida. En numerosas sociedades primitivas, el varón que decide abandonar su papel masculino para vivir su vida de una manera femenina es considerado muy favorablemente como persona sabia y de extraordinarios poderes. En Japón, los célebres actores del teatro Kabuki que se especializan en la representación de los personajes femeninos, son entrenados desde su más tierna infancia y, con frecuencia, viven como mujeres para conservar la “sensibilidad” que exige su actuación. Y los japoneses lo consideran perfectamente normal.

En cambio, en nuestras culturas occidentales, la sociedad adopta los siguientes postulados falsamente lógicos: 1) Todos los homosexuales son afeminados (en realidad sólo algunos lo son); 2) La homosexualidad es inmoral y mala, por lo tanto, 3) CUALQUIER macho que se incline por objetos femeninos es probablemente   homosexual, inmoral y malo. Puesto que tanto las premisas básicas, como la conclusión son falsas, se ha hecho mucho daño a mucha gente como consecuencia de esta clase de razonamientos.

En la actualidad se consideran por lo menos cinco diferentes maneras por las que los travestirse diferencias de los homosexuales: 1) El travestismo es la expresión de una personalidad estrictamente individual, mientras que la actividad homosexual requiere de dos personas. Por lo tanto, los homosexuales tienen que revelar sus inclinaciones, mientras que los travestis no, de modo que pueden mantener secretas sus actividades.

2) En la práctica, ningún travesti aconsejará, inducirá o influirá para que otra persona  adopte el travestismo. Conoce el oneroso precio a pagar y lo ha padecido lo suficiente como para deseárselo a otra persona. En cambio, la mayor parte de los homosexuales no
duda en indoctrinar e iniciar a otras personas en sus prácticas.
3) La persona homosexual todo el tiempo es como es, de día y de noche, su personalidad se mantiene constante. Un travesti, en cambio, alterna sus personalidades: como varón, es masculino y se comporta como tal; pero su otra personalidad es femenina y, como tal, en gran media olvida su vida como hombre. 4) Muchos homosexuales, aunque de ninguna manera la totalidad, adquieren modales de alguna forma afeminados (incluso durante sus actividades de tipo masculino); ésto les resulta necesario puesto que ellos, en efecto, están asumiendo por completo el papel femenino. En cambio, el travesti, nunca muestra un comportamiento femenino durante sus actividades como varón. No lo necesita ni lo intenta. El travesti, de hecho, vive dos personalidades.
5) Hay que considerar también el aspecto motivacional. El travesti adopta un
atuendo femenino como expresión de su personalidad interna; mientras que el homosexual de los llamados “locas” lo hace para provocar un efecto externo, o sea, para atraer a otros machos con propósitos sexuales y para reducir la culpabilidad de ambos.

Estos cinco factores de diferencia son mucho más importantes para distinguir estas dos formas de comportamiento que la similaridad única que pueda haber entre ellas, es decir, que algunos (de ninguna manera todos) homosexuales también se inclinan por la adopción del vestido femenino.

Nunca insistiremos demasiado en la importancia de distinguir claramente al homosexual  el travesti, quien es un varón heterosexual cuyo objeto afectivo es la mujer. Si bien esta es una distinción básica, no siempre resulta perceptible para un observador externo. Sin embargo, las estadísticas demuestran, en el Informe Kinsey, una proporción de incidencia de conductas homosexuales relativamente menor entre los travestis que la que se manifiesta con respecto a la población general. ¿Cuáles son las causas de esta necesidad? Se sugieren varios posibilidades. Los motivos que con mayor frecuencia aparecen en la literatura médica incluyen los siguientes:
a) por la conducta de los padres que, habiendo deseado tener una niña, crían como tal a su hijo varón.
b) por ataviar a un chico con vestidos femeninos y bucles hasta una edad avanzada; c) por obligar a un muchacho a vestir ropa de niña como castigo
d) por ausencia de una figura paterna adecuada a la cual emular, o, por último,
e) porque un padre, cuya excesiva exigencia de manifestaciones de masculinidad por parte de un hijo con tendencias intelectuales, sensitivas o artísticas, empuje a éste a buscar refugio en una feminidad que lo hace sentirse más seguro.

Sin embargo, puesto que, por una parte, no todos los chicos que han vivido esas experiencias se vuelven transgenéricos ni, por otra, todos los travestis las incluyen en sus biografías, podemos inferir que hay otras y más profundas razones para el travestismo. Plantearemos brevemente algunos de estos factores diferentes.

A) La necesidad de adquirir las cualidades y experiencias de lo bello: el hombre moderno idealiza a las mujeres y las hace depositarias de todo aquello que es bueno, verdadero y deseable. Las chicas, como dicen las canciones infantiles, están hechas de miel, de especias y de todo lo que es agradable. Algunos varones sienten el deseo de tener una idea semejante de ellos mismos y que los demás los consideren de la misma manera que ellos consideran a las mujeres. Estas “ventajas” y “cualidades” no pueden ser expresadas vestidos con un atuendo masculino porque estarían fuera de lugar; pero, en cambio, con ropas femeninas resultan perfectamente naturales. Vestidos de mujer, son capaces de experimentar lo bello y de gozar de las satisfacciones que proporciona y, así, identificarse con el objeto de su amor: la mujer.

B) La necesidad de acicalarse y de expresar su personalidad: En la mayor parte de las especies, el macho es más bello que la hembra. Así sucedía también con el ser humano en la antigüedad; pero nuestra cultura contemporánea coarta severamente la expresión de este natural deseo por parte de los hombres. La ropa masculina suele ser oscura, pesada, tosca e insulsa. Es casi un uniforme, ya que hay poco margen de variación para diferenciarse de la muchedumbre por medio del color, el corte o el estilo. Así pues, algunos varones descubren que pueden satisfacer sus deseos naturales al ingresar en el universo femenino del color, las telas, el estampado y el diseño.

C) Relajamiento de las exigencias de la masculinidad: No todos los hombres están psicológica o espiritualmente capacitados o interesados en comportarse con la agresividad, prepotencia o poderío, ni a exhibir otras características semejantes o bien a manifestarlas a los niveles que la sociedad considera adecuados para el ideal masculino. Socialmente se espera que un varón haga determinadas cosas y sea de determinado modo, pero muchos hombres no quieren hacer eso ni ser así. Muchos aspectos de la personalidad masculina están forjados por la necesidad de tener éxito, de conseguir un ascenso, de cerrar un negocio, de impresionar a sus superiores, etc. Pero muchos no consiguen relajarse realmente y ser como verdaderamente quieren ser en su interior. La eventual sustitución de lo masculino por lo femenino proporciona la travesti un descanso de tales exigencias puesto que el papel de la mujer es idealmente pasivo, condescendiente, complaciente. No hay relajación comparable a la de transformarse en otra persona, particularmente si es del género opuesto. El golf, el boliche, la cacería, el bridge, etc., todas aquellas actividades que los caballeros emprenden con el propósito de relajarse, son incomparablemente inferiores al total abandono del propio ser cotidiano para convertirse en otro sumamente distinto. Esto no significa que el ser íntegro y completo del travesti sea totalmente femenino, sino más bien que es incapaz de manifestar la totalidad de su ser verdadero portando ropas masculinas debido a las exigencias y limitaciones que la sociedad impone al hombre y que, en cambio, el atavío femenino le proporciona un medio de expresión de esos aspectos reprimidos de su personalidad.

D) Alivio de las expectativas sociales: Cada uno evoluciona hasta convertirse en un cierto tipo de persona que manifiesta determinadas características. Son los demás quienes orientan nuestra formación en tales términos. Es por ello que siempre nos sentimos obligados a “estar a la altura” de la imagen desarrollada por nosotros mismos de nosotros mismos. Es igualmente cierto que, de vez en cuando, esté fenómeno se debilita y entonces desearíamos “ser” otra persona, con una diferente configuración de sus expectativas. La mayor parte de la gente es incapaz de alejarse de sí misma; el transgenérico es capaz de hacerlo por la vía de su ser femenino.

Estos cuatro factores están presentes en algún grado en todos los hombres, aunque su presencia no pueda ser demostrada. Por lo general, quienes descubren estos factores lo hacen durante su adolescencia; pero, a veces, no es sino hasta la madurez, con motivo de alguna situación carnavalesca, de una parodia de boda o de alguna otra circunstancia festiva semejante, cuando se encuentra el pretexto para acicalarse con galas femeninas. En tales casos, si la persona es de naturaleza sensitiva y sus tendencias se encuentra próximas de la superficie de su personalidad, percibirá por primera vez su naturaleza y comprobará las satisfacciones que puede esperar de tal conducta. A partir de entonces,
deseará repetir la experiencia y volver a disfrutar de la satisfacción que le proporciona:
se convertirá en travesti, aunque tenga que mantener secreta su tendencia debido a que también le provoca sentimientos de culpabilidad y de miedo. ¿Qué nos dice la medicina acerca de este fenómeno? Probablemente basten tres citas para ilustrar sus criterios actuales al respecto.
El Dr. Alfred Eyres (en Dis. Nerv. Syst., No.21, p.50, de Enero de 1960) declara: “Una
terapia efectiva, ya de por sí ardua y difícil para tratar cualquier desorden de la personalidad, en este caso [del travestismo] resulta prácticamente imposible. Lo indicado, sin duda, es un enfoque terapéutico que alivie los síntomas, las tensiones y las incomodidades, que estimule una mejor adaptación”. Resulta evidente que la comprensión es la base sobre la cual se puede sustentar la adaptación; comprensión tanto por parte del propio travesti, como por la de aquellos que lo rodean. Los Dres. Bowman y Engle (Amer. Jour. Psych., No.113, p.581, 1957) afirman: “Es generalmente aceptado que toda clase de psicoterapias son ineficaces [para tratar el travestismo]. Por lo tanto, hasta el momento no se ha reportado ningún caso de tratamiento exitoso.”

Los Dres. Walker y Fletcher, en el libro “Sex and Society” (Pelikan Books) manifiestan: “Cuando los doctores apenas son capaces de hacer tan poco por sus pacientes como nosotros, médicos, podemos hacer en el caso del travestismo, tal vez sería mejor para que invirtiéramos nuestros esfuerzos en otra dirección. En lugar de tratar a los propios pacientes, tal vez sería mejor tratar a la sociedad que hace tan difícil la vida de estas infortunadas personas”. Con estos criterios en mente, observemos la actitud de la sociedad.

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