jueves, 16 de diciembre de 2010

Abrimos caminos para que aparezcan otras

Las historias de María José, Marysol y Sol Donato conectan con un recambio de personajes en la publicidad y la muestra de arte que revaloriza sus vidas alternativas por fuera del catálogo de rarezas o el escándalo. “Para nosotras es un hito, un avance”, dicen.

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Imagen: Sol Donato.
 
Por Julián Gorodischer
No hay miradas a cámara en los retratos de Marysol y María José (Majo), integrantes de la comunidad cross dressing, es decir, hombres que en sus ratos libres se convierten en señoras. Posan ante la cámara de la fotógrafa Karin Idelson con el infaltable velo que aportan los anteojos negros o la peluca sobre el rostro. Junto con las imágenes publicitarias de Sol Donato, antes Juan, autodefinida “transgénero” en la gama del niño/niña de la película XXY (de Lucía Puenzo), aportan un aire renovado a la publicidad y la muestra artística. Su presencia conjunta en la producción de Página/12 señala un probable cambio de paradigma: la venta y la exhibición adquieren, con ellas, menos conciencia de objeto erótico que en el caso de sus congéneres clásicas. Ni glamorosas mannequins penetradas por las miradas de los valijeros al borde de la pasarela, ni rostros retocados por el photoshop: aquí ayuda a evitar la alteración la decena de operaciones que se hizo Sol para suavizarse el cutis y agrandar el busto, así como el desparpajo de Marysol y Majo, que no ocultan arrugas o secuelas del acné con un poco de angel face. La naturalidad pesa más que la perfección asociada a lo liso, lo duro y lo parado.
Las tres son muy distintas entre sí, pero al mismo tiempo se unen en esta irrupción contemporánea que las colocó como cara y cuerpo de una marca de jeans –Ona Sáez– y una firma de depilación definitiva (en el caso de Sol, que se dio a conocer luego de su operación mamaria en el reality Transformaciones) o como objeto de la muestra Love Hurts, en la galería de arte Alberto Sendrós (Tres Sargentos 359, de lunes a viernes de 14 a 20 horas). ¿Qué cambia en los mandatos de consumo y los clichés estéticos cuando la que se hace presente es la imagen ambigua de las cross dressing, minoría dentro de una minoría, innovando con la propuesta de ser señora, menos llamativas que una drag queen, proclives al velo y los fondos oscuros que opacan las facciones y la figura, parcialmente tapadas para ser irreconocibles en las fotos de Karin Idelson? La fotógrafa disfruta ese aire común y corriente que suele faltar en un Desfile del Orgullo o una producción en bikini. El énfasis está puesto en correrse de una extravagancia, que impregna otras referencias a travestis, por ejemplo, en la TV (ver aparte).
Una señora
María José posa para la foto, y su rostro es invisible detrás de la peluca; justifica su debut a cara tapada y sin arreglos digitales por fidelidad a una consigna que la acerca a la militancia por una vida cotidiana sin sobresaltos:
–El drag queen es una caricatura de una mujer, muy asexuado, con un maquillaje grotesco. ¡Yo soy una señora! Tengo 47 pirulos y, si viniera a ver la muestra vestida como a los 20, me darían una patada en el culo, ¿viste? En cambio, si salís a la calle con un bajo perfil y entrás a un bar, te preguntan: “¿Qué se va a servir, señora?”.
Su inmenso retrato comenzó a prepararse una noche cualquiera, en el bar al que asiste con sus amigas, cuando la fotógrafa se deslumbró con su look y carisma y le propuso posar en un patio de atrás. Hasta ese momento su pasatiempo eran las fotos caseras colectivas, travestidas como las Amas de casa desesperadas, componiendo pirámides o abrazos insólitos, menos con intención de publicar que de figurar en el álbum de una familia por elección, llena de vitalidad y euforia. La sonrisa se instala, automática, cuando revisa el catálogo en la memoria del celular: en una de ellas luce como una Araceli con poco para envidiar a la original, igual de esbelta y sonriente. Pero en las fotos de Idelson, Majo renuncia a todos los clichés del género: ni boca fruncida haciendo pucherito, ni minifalda o medias de red, ni revoleo de una carterita (según dictan las remanidas versiones mediáticas de vedettes o prostitutas) . El fondo de ladrillos gastados, la luz tan tenue, la cara tapada, el ángulo de tres cuartos de perfil remiten al ritual fotográfico del prontuario o a un contra DNI (que escracha pero no identifica), y tal vez sean un comentario directo sobre el estigma que les tiran encima desde las instituciones del Estado. La autora lo relativiza:
–No quise hacer una apología acerca de lo llamativos que pueden ser, sino destacar una tensión interna que puede tener que ver con un cross dressing o una travesti –explica Karin Idelson–. No me sumo a la bajada de línea sobre travestis que se prostituyen: no va tanto por ahí. Trato de buscar algún tipo posible de identificació n con cualquier persona; es ir un poco más allá de las apariencias para ver qué puede despertar en un espectador o en cualquier persona.
–La seriedad, el rostro oculto, el paredón remiten, sin embargo, al encierro o la criminalizació n...
–No quise referirme a la expectativa de vida de una travesti, ni a la violencia policial, sino a una experiencia mínima y corriente. El trabajo elude la literalidad en todos los aspectos. Para hablar de la identidad no hace falta caer en el golpe bajo: acá se ven hombres que sienten un placer vistiéndose de mujer. Y, sin tener que llegar a eso, se trata de ver cuánto de eso hay en todos nosotros.
Historia de M.
La relación con Marysol empezó siendo dificultosa, interferida por la lluvia en los celulares de cronista e interrogada; ella intuía una pretensión escandalosa. En persona, de traje y corbata, antes de tentarse y convertirse en la que se ve en la foto, deja que el agradecimiento monopolice su discurso: “Logramos coordinar su intención artística con nuestras necesidades. Abrieron el boliche para que nos pudiéramos sacar la foto. Karin sacó lo mejor de mí; me fue invitando a hacer voluntariamente lo que ella buscaba”. El velo omnipresente en las fotos de chicas/os cross dressing se explica, aquí también, en la doble identidad según las horas del día. “El cross tiene una vida de boy que nos interesa mantener –se excusa Marysol (autobautizada así de acuerdo a su preferencia en términos geográficos)–. Es de lo que vivimos. Tenemos nuestra profesión; algunas tienen sus mujeres, sus hijos. Muchas son heterosexuales, algunas son bisexuales. El cross no se define por la condición sexual, sino porque te pinta vestirte de mujer. Yo me siento muy cómodo yendo a comer un asado, chorizo, vino, papas fritas, o jugando al fútbol con mis amigos.”
Marysol da un paso más en la exhibición: se le ve un pedacito de pierna bajo las medias de red; se deja bañar por un foco semicenital de luz blanca en plena noche, juega con el nonsense cuando luce unos anteojos negros en plena performance nocturna, permite distinguir un respaldo sobre el que se reclina, dando a entender que la toma implicó algo más de producción que en el caso de Majo. La clave, sin embargo, está en el mantenimiento del recato. “El drag queen tiene una faceta mucho más artística. Como cross se puede dar que alguna vez quieras producirte de una manera especial, pero las chicas no están todo el día super pintadas o producidas. No tenés la necesidad de estar como si fueras una artista en el escenario.” Sabrina, su amiga también cross dressing, se suma para establecer prioridades: más allá del criterio estético, la aparición en Love Hurts debería ser recibida como un hito, un avance... “Estar hoy en la galería –dice la que no se animó a posar– es un avance: interactuar como una más, de una manera normal, no mal vista, o señalada. Vamos a tomar algo, subimos a un medio de transporte, vamos al centro. Hoy nos vinimos un poquito más paquetas porque era un lugar que ameritaba venir más elegantes. Pero no buscamos una exposición muy grande en las fotos.”
–¿Qué la diferencia de su colega en la publicidad?
–Que para eso están las chicas más jóvenes, con posibilidad de aprovechar esa visibilidad. Nosotras lo que hacemos es abrir camino para que ellas puedan aparecer sin que nadie las moleste.
Chica más joven
–Decía Sabrina: “...para eso están las chicas más jóvenes”. Llega Sol Donato, ni chica ni travesti –dice–, sino XXY, aunque nunca se haya hecho una tomografía que comprobara lo que tiene adentro. Plumas, pieles de animal, corpiño y encajes: todo se tira encima para la venta, de la clínica que la depiló definitivamente o de los jeans Ona Sáez, después de haber posado semidesnuda en el reality Fantasías (2003), a cargo de Gabriel Rocca y Andy Cherniavsky. “El tipo (Santiago Sáez) flasheó con la idea de hacer una campaña unisex. Habían hecho casting buscando un chico andrógino. Yo no me considero travesti: te lo aclaro desde ya. En el casting se buscaba una persona ambigua, tipo la chica de XXY, apenas los pechitos formados. Eso era yo.” Para encajar en el tipo publicitario se hizo a nuevo:
–Lolas, implante de glúteos, láser, lipólisis, me saqué la nuez de Adán, dermoabrasión, me blanqueé los dientes, tratamiento de várices preventivo, un touch de colágeno en los labios pero no un buzón tipo Pradón, depilación definitiva. Luego la clínica que me lo hizo me propuso ser imagen de los catálogos en los que se me ve de la cintura para arriba. Pero la mentalidad cerrada e hipócrita de este país hace que si no tenés concha seas travesti. A mí me meten dentro de la bolsa de la prostitución, el robo, los bosques de Palermo. Y yo con esa onda nada que ver. La actuación no es lo mío. Florencia de la V es el Maipo, yo soy FTV. Si no muestro pechuguita, ¡voy muerta!

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